LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 20 de junio de 2012

La Verdad, según Sade


La Verdad (La Verité), Donatien Alphonse Françoise Marqués de Sade, 1777.
Atuel – Anáfora, Buenos Aires, 1995. Serie Impar.Traducción: Ricardo Zelarayan




Prefacio
por Gilbert Lely* (traducción Susana Lauro)

LA VÉRITÉ, pieza encontrada entre los papeles de La Mettrie: tal es el título exacto del opúsculo en verso y en prosa que hoy tenemos la gran fortuna de publicar por primera vez a partir del manuscrito autográfico inédito del marqués de Sade. Ese manuscrito, que antiguamente formaba parte de la colección “La Sicotiere”, está compuesto de cuatro hojas sin refilar de papel vergé azulado, cosido a un cuaderno de 15,5 por 19,5 centímetros. Esta es la breve descripción de su contenido: páginas 1 a 4 y comienzo de la página 5: un poema de ciento treinta y seis versos alejandrinos de rima plana, con abundantes tachaduras y correcciones, una variante obscena de cinco versos en el margen de la página 2 y un proyecto de frontispicio en el margen de la página 4; páginas 5 a 7: ocho notas, que corresponden a otras tantas llamadas en el cuerpo del poema; la página 8 está en blanco.
En una rápida lectura de este poema filosófico y de las notas que lo acompañan, aparece inmediatamente lo específicamente Sadista, tanto la expresión como la doctrina de las que el marqués es autor, a pesar del nombre de La Mettrie bajo el que, por prudencia, creyó tener que esconderse. Pero el solo aspecto del manuscrito, tachado y corregido, bastaría para identificarlo como una obra personal. En cuanto a la fecha de composición de La Vérité, no hay ninguna observación decisiva que nos permita establecerla con certeza. El examen de la escritura y del papel nos inclinaría a pensar que el poema vio la luz en La Bastilla, alrededor de 1777.
Debemos señalar que en la elección del nombre de La Mettrie —citado en Juliette— Sade ha tenido sin duda más en cuenta las interpretaciones difamatorias de las que había sido objeto por parte de los mismos filósofos que se habían inspirado en ellas que el contenido real de la teoría de este precursor. D’Holbach, levantándose contra los ateos en el Sistema de la Naturaleza, “quienes han negado la distinción del vicio y de la virtud”, no había dicho que el autor del Hombre–máquina “ha razonado sobre las costumbres como un frenético”. De hecho si La Mettrie, verdadero “burro de carga” de la filosofía de las luces, reivindicó para el individuo el derecho a gozar sin ninguna traba y si ha pretendido aliviarlo de remordimientos, “esa pesada carga de la vida”, lejos de tener el propósito de asegurar la suerte, como lo acusa Diderot, “la inmortalidad del malvado”, sostuvo por el contrario que la embriaguez de la voluptuosidad, además de sernos “inmediatamente dada” es la que “nos hace mejores”, porque “un ser satisfecho y feliz es un ser dulce y benévolo”.(1) Sade, a lo largo de toda su obra, se convertirá en el campeón de la teoría opuesta, no pudiendo admitir describir la conjunción erótica de otra manera que a la luz de las perversiones más laboriosas al mismo tiempo que las más crueles.(2) El poema que vamos a leer con una diversificación mucho más consistente y armoniosa que la de la tragedia de Jeanne Laisné— nos da cuenta, en una forma lapidaria, a menudo provista de lirismo, de los principales aspectos de la doctrina de Sade. En efecto La Vérité aparece ante todo como una sátira antireligiosa, más de un tercio de su contenido es una apología del desencadenamiento integral de los instintos inmorales. Agreguemos que seis notas de las ocho (las otras dos corresponden a la religión) refuerzan esta apología, y que una imagen liminar proyectada por el autor, debía revestirla de un brillo supremo, sobre los géneros conjugados del homicidio y de la predicación heterosexual. Pero el crimen no es sólo el más poderoso de los afrodisíacos: conforme a las intenciones sagradas de la Naturaleza, que no destruye más que para transmutar y multiplicar, lo que engendra es una embriaguez metafísica. Así, según Sade, a la idea de Dios, se opone un panteísmo bárbaro.(3) Aquí entonces La Vérité, que podría servir de oriflama a la doble epopeya de Justine y de Juliette. Si todos los trabajos de Sade hubiesen perecido, exceptuando este poema, sin duda los más ávidos movimientos de su lenguaje nos habrían sido robados a nuestra admiración, pero al menos lo que resuena como el mandamiento inaugural de su papado demoníaco hubiera llegado hasta nosotros. (4)

1 Esas tres expresiones no pertenecen a Le Mettrie, sino a uno de sus comentaristas modernos, Maurice Solovine, pero que traducen sin embargo exactamente el pensamiento del moralista.
2 A Pierre Naville se le debe el atinado cuadro de tres filosofías comparadas: “Las antinomias de la física materialista y de la moral utilitarista quedan irresoluble en La Mettrie”. En D’Holbach y Diderot, éstas son abolidas en la búsqueda de un nuevo equilibrio social. En Sade, explotan en provecho de la sensibilidad individual, la única naturalidad y el enemigo de las Leyes de la Sociedad.
3 Del cual el frontispicio de Jacques Hérold (junto a los ejemplares sobre Japón) nos ofrece una sorprendente alegoría. Esta plancha, grabada en 1945 e inédita, esperaba desde hacía quince años su perfecto destino.
4 Elaboración del texto. Hemos normalizado la ortografía y la puntuación, muchas veces caprichosas del autor. Se encontrará in fine, con las lecciones primitivas rayadas en el manuscrito, la indicación de algunos versos restablecidos cuidadosamente por nosotros.

*Gilbert Lély (1904-1985). Poeta nacido en París, entró en contacto con los surrealistas en 1937 al participar en la puesta en escena de "Ubu enchaîné" (Ubú encadenado), la obra de Alfred Jarry (1873-1907), junto a otros miembros del grupo. Continuando la labor de su amigo Maurice Heine (1884-1940), exhumó la correspondencia y revisó numerosos manuscritos del Marqués de Sade, los que luego editó y prologó.




La Verdad

¿Qué es este monstruo, esta quimera impotente y estéril,
Esta divinidad que una odiosa corte
De curas impostores predica a los imbéciles?
¿Quieren acaso incluirme entre sus seguidores?
¡Ah no! Juro y mantendré mi palabra,
Jamás este ídolo ridículo y repugnante,
Este hijo de delirio y la irrisión
Dejará huella alguna en mi corazón.
Contento y orgulloso de mi epicureísmo
Quiero expirar en el seno del ateísmo
Y que al Dios infame con que quieren asustarme
Sólo lo conciba para blasfemarlo.
Sí, vana ilusión, mi alma te aborrece,
Y para convencerte más aquí lo reafirmo,
Yo quisiera que pudieses existir por un momento
Para gozar del placer de insultarte mejor.
¿Qué es realmente este fantasma execrable
Ese Don nadie de Dios, ser lamentable
Que nada ofrece a la mirada ni nada dice a la mente,
De quien teme el loco y ríe el sabio,
Que nada dice a los sentidos, que nadie puede comprender,
Cuyo culto salvaje derramó en todos los tiempos
Más sangre que la guerra o la furia de Temis
Pudieron derramar en mil años en la Tierra? (1)
Me place analizar a este bribón divinizado,
Me place estudiarlo, mi ojo filosófico
Sólo ve en vuestras religiones
Una mezcla impura de contradicciones
Que no resiste un examen si se la considera,
Que se insulta con placer, se injuria y se ultraja,
Producto del miedo, creación de la esperanza, (2)
Que nuestra mente nunca podría concebir,
Convertido alternativamente, según quien lo exalte,
En objeto de terror, de alegría o de vértigo
Que el astuto impostor que lo anuncia a los hombres
Hace reinar a su gusto sobre nuestros tristes destinos,
Pintándolo como malvado o como bondadoso
Ora matándonos, ora haciendo de padre,
Adjudicándole siempre, según sus pasiones,
Sus costumbres, su carácter y sus opiniones:
La mano que perdona o que nos asesina.
He ahí el Dios tonto con que nos adormece el cura.
Pero, ¿con qué derecho el condenado por mentiroso
Pretende someterme al error que lo aqueja?
¿Acaso necesito del Dios abjurado por mi saber
Para comprender las leyes de la naturaleza?
En ella todo se estremece, y su seno creador
Actúa a cada instante sin ayuda de motor. (3)
¿Acaso gano algo con esa doble confusión?
¿Acaso este Dios explica el origen del universo?
Si él crea, ha sido creado, y así siempre
Me siento impedido, como antes, de adoptar su prédica.
Huye, huye lejos de mi corazón, infernal impostura;
Sométete, al desaparecer, a las leyes de la naturaleza;
Sólo ella ha hecho todo, tú sólo eres la nada
De donde ella nos sacó un día creándonos!
¡Desvanécete pues, execrable quimera!
¡Huye lejos de estos climas, abandona la Tierra
Donde sólo encontrarás corazones endurecidos
Por la jerga mentirosa de tus piadosos amigos!
En cuanto a mí, confieso que el horror que me produces
Es a la vez tan justo, grande y fuerte,
Que con placer, vil Dios, y con tranquilidad,
¿Qué digo?, y también con transporte y voluptuosidad.
Yo sería tu verdugo, si tu frágil existencia
Pudiera ofrecerme un punto de referencia
Para mi sombría venganza, y mi brazo
Pudiera llegar encantado hasta tu corazón
Para probarte el rigor de mi aversión.
Pero sería inútil querer alcanzarte
Tu esencia elude a quien quiere cercarla.
Por no poder aplastarte entre los mortales,
Quisiera al menos destruir tus peligrosos altares
Y mostrar a quienes se sienten aún cautivados por Dios
Que ese cobarde aborto que adora la debilidad de ellos
No está hecho para limitar las pasiones.
¡Oh movimientos sagrados, audaces impresiones,
Sed para siempre el objeto de nuestros honores,
Los únicos que pueden ofrecerse en el culto de los verdaderos sabios,
Los únicos en todos los tiempos que deleitan su corazón,
Los únicos que ofrece la naturaleza a nuestra felicidad.
Aceptemos su imperio, y que su violencia,
Subyugando nuestras mentes sin la menor resistencia,
Convierta impunemente nuestros placeres en leyes:
Lo que prescribe su voz basta para nuestros deseos. (4)
Sea cual fuere el desorden donde nos conduzca
Debemos aceptarlo sin pena ni remordimientos,
Y, sin consultar nuestras leyes ni nuestras costumbres,
Entregarnos ardientemente a todos los excesos
Que siempre nos indica la naturaleza con sus manos.
Respetemos siempre su susurro divino.
Lo más preciado para sus planes
Es lo que inútiles leyes castigan en todos los países.
Lo que parece al hombre una terrible injusticia
No es más, para nosotros, que el efecto de su mano corruptora,
Y cuando, según nuestras costumbres, tememos infringirla
En realidad logramos honrarla mejor. (5)
Esas bellas acciones que vos llamáis crímenes,
Esos excesos que los tontos creen ilegítimos,
Son sólo las desviaciones que agradan a sus ojos,
Los vicios, las inclinaciones que le agradan más.
Lo que graba en nosotros es siempre sublime;
Aconsejando el terror, ella ofrece la víctima:
Golpeemos sin vacilar y nunca temamos
Por haber cometido crímenes cediendo a sus impulsos.
Pensemos en el rayo en sus manos sanguinarias,
Que estalla al azar, y los hijos, y los padres,
Los templos, los burdeles, los devotos, los bandidos,
Todo agrada a la naturaleza: necesita delitos.
También la servimos cometiendo crímenes.
Cuando nuestra mano ataca ella la estima más. (6)
Usemos los poderosos derechos que ejerce sobre nosotros
Entregándonos sin cesara las más monstruosas aberraciones. (7)
Nada está prohibido por sus leyes homicidas,
Y el incesto, la violación, los parricidios,
Los placeres de Sodoma y los juegos de Safo,
Todo lo daña al hombre o lo lleva a la tumba,
Sólo son, estemos seguros, maneras de complacerla.
Al acabar con los dioses, robémosles el trueno
Y con el rayo incandescente destruyamos
Todo lo que nos desagrada en un mundo abominable.
Sobre todo, no ahorremos nada: que sus maldades
Sirvan de ejemplo para nuestras proezas.
Nada es sagrado: todo en este universo
Debe ceder al yugo de nuestras fogosas tendencias.
Cuanto más nos multipliquemos, variaremos la infamia,
La sentiremos mejor en nuestra alma obstinada
En repetir, en alentar nuestros cínicos intentos
Para llevarnos diariamente y paso a paso a los crímenes.
Después de los mejores años, si su voz nos llama,
Regresemos junto a ella burlándonos de los dioses;
Su crisol nos aguarda para recompensarnos;
Lo que adquiere su poder, nos lo devuelve su necesidad.
Allá todo se reproduce, todo se regenera;
La puta es la madre de los grandes y de los pequeños,
Y todos nosotros siempre somos muy queridos para ella,
Monstruos y malvados como buenos y virtuosos.

1. Se evalúa en más de cincuenta millones de vidas las perdidas por guerra o masacre de religión. ¿Una sola religión puede valer la sangre de un pájaro? ¿Acaso la filosofía no debe armar a todas sus piezas para exterminar a Dios, en favor del cual se inmolan tantas víctimas que valen más que él? ¿Acaso hay una idea más bestial, extravagante y peligrosa que la de un Dios?
2. La idea de Dios no nace en los hombres excepto cuando lloran o esperan algo. Es en esto que se basa la unanimidad de todos los seres humanos en esta quimera. El hombre, universalmente desgraciado, ha tenido siempre motivos de dolor y esperanza y tanto invoca la causa que lo atormenta como espera el fin de sus males. Al invocar al ser que se supone es la causa de ambos, ignorante de que el mal inherente a su vida tiene causa en su misma existencia, crea las quimeras ante las cuales renuncia al estudio y la experiencia que se las volverían inutilidad.
3. El más ligero estudio de la naturaleza nos convence de la eternidad del movimiento y el examen atento de sus leyes nos hacen ver que nada se pierde en ella y todo se regenera sin cesar gracias al efecto que parece destruir sus obras. Si las destrucciones son necesarias, la muerte es una palabra sin sentido: sólo hay transmutaciones y no hay extinciones. La perpetuidad del movimiento entre la naturaleza anula toda idea de un primer motor.
4. Rindámonos indiscriminadamente a todo lo que nos inspiran las pasiones y seremos por siempre felices. Despreciemos la opinión de los hombres: es sólo fruto de los prejuicios. En cuanto a nuestra conciencia, no redoblemos su voz pues la podemos callar: la costumbre la reduce al silencio y cambia en placer los más terribles recuerdos. La conciencia no es un órgano de la naturaleza, sino de los prejuicios: venzámoslos y tendremos la conciencia a nuestras órdenes. Interroguemos a la conciencia del salvaje y preguntémosle si le reprocha algo: cuando mata a su semejante y lo devora, la naturaleza parece hablar por él; la conciencia está muda; concibe como cosa de tontos apelar al crimen; él lo ejecuta. Todo es tranquilo. El ha servido a la
naturaleza mediante la acción, que place tanto a esta naturaleza sanguinaria que se nutre de crímenes, crímenes que son como se energía.
5. ¿Cómo podemos ser culpables si sólo obedecemos las presiones de la naturaleza? Los hombres y sus leyes, que son, al fin, obra humana, nos pueden considerar criminales, pero nunca la naturaleza... Sólo resistiéndonos podemos ser culpables a los ojos de ésta y éste es el único crimen que debemos evitar.
6. Una vez demostrado que el crimen le place, el hombre que más le servirá será quien dé más extensión o gravedad a sus crímenes, observando que la extensión le place más que la gravedad, pues si bien está establecido que el asesinato es menos grave que el parricidio, esto es pura convención humana. Quien haya cometido más desórdenes en el universo la santificará más que quien se haya detenido en el primer paso. Que quien frena sus pasiones tenga clara esta verdad: sólo podrán hacerse caros a la naturaleza multiplicando sus delitos.
7. Estos gustos no son ni útiles ni caros a la naturaleza pues si se propagaran nacería el desorden. Mientras más se golpee, se deteriore, se destruya, más la naturaleza siente el precio de estos actos. La eterna necesidad que ella tiene de destrucción sirve de prueba a este enuncio. Destruyamos si queremos ser útiles a sus planes. Así, el masturbador, el asesino, el infanticida, el incendiario, el sodomita son los hombres que deben servirnos de ejemplo.
8. Imponerse frenos o barreras en la ruta del crimen sería ultrajar visiblemente las leyes de la naturaleza que se han depositado en nosotros y desconoce nuestras reticencias y nuestras cadenas. El hermano que se acuesta con su hermana no hace más mal que el amante que se acuesta con su mujer y el padre que mata a su hijo no hace más ultraje que el asesino de camino real. La naturaleza no ve diferencias en esto: lo que quiere es el crimen, sin que importe la mano que lo comete ni el seno donde es cometido.



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