LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 21 de abril de 2010

JOHN DONNE (Londres, 1572-1631). Poesía Sacra.




Todos los poemas han sido tomados de JOHN DONNE. POESÍA SACRA, Beatriz Viterbo, Rosario, 1996. (Versión de Sergio Cueto).





I

¿Tú me has hecho y decaerá tu obra? Sáname ahora, que se apresura mi fin, que corro hacia la muerte y la muerte me encuentra, veloz, y todos mis placeres son como el ayer. No me atrevo a dirigir los empañados ojos a ningún lado: tal espanto arrojan la desesperación detrás y delante de la muerte; mi débil carne se corrompe en su pecado, que la hunde en el infierno. Únicamente tú estás arriba, y cuando hacia ti me permites mirar, de nuevo me levanto. Pero nuestro antiguo y sutil enemigo me tienta de tal modo que no puedo sostenerme ni un instante. Tu Gracia debe darme alas para eludir su arte, y tú, como el diamante, atrae mi corazón de hierro.




II

Como deudor obligado por muchos pagarés, renuncio a mí mismo en tu favor, oh Señor. Primero fui hecho por ti, y para ti, y cuando me arruiné, tu sangre compró lo que antes fue tuyo. Soy tu hijo, hecho de ti para brillar, tu siervo, cuyas penas puntualmente recompensaste; tu oveja, imagen tuya, y, mientras yo mismo no me traicione, un templo de tu divino Espíritu. ¿Por qué entonces el demonio de mí mismo me despoja? ¿Por qué hurta, arrebata incluso, lo que te pertenece? A menos que me levantes y por obra tuya pelee, ay, pronto despertaré: cuando vea que amas tanto a la humanidad, pero no me eliges, y que Satán me odia, pero se rehúsa a perderme.




III

Puedan a mi pecho y a mis ojos regresar esos suspiros disipados y esas gastadas lágrimas; oh, que pueda en este santo descontento llorar con beneficio, tal como lo hice en vano. ¿Qué chubascos, en mi Idolatría, devastaron mis ojos?, ¿qué pesares alquilaron mi corazón? Aquel sufrimiento fue mi pecado; ahora me arrepiento. Debo sufrir por haber sufrido. El borracho hidrópico, el ladrón agazapado en la noche, el ardiente libertino, el ufano, que es llama de sí mismo, todos guardan un recuerdo de pasadas alegrías para consuelo de los males que vendrán. A mí, desdichado, no se me concede ese alivio. Largo y vehemente, el pesar fue efecto y la causa, el castigo y el pecado.




IV

Oh, negra alma mía, ahora te reclama la enfermedad, heraldo de la muerte y paladín suyo. Eres como un peregrino que ha sido traidor en todas partes y no se atreve a volver al sitio del que huyó; o como un ladrón, que hasta el día en que se lea su sentencia de muerte quiere verse libre de la cárcel, pero que condenado y llevado al patíbulo querría poder estar todavía encarcelado. Empero, aún si te arrepientes, precisas de la gracia. Mas ¿quién te dará esa gracia para empezar? Oh, que el santo duelo te vuelva negra, y roja el rubor, como lo hizo el pecado. Lávate en la sangre de Cristo, que, siendo roja, tiene la virtud de teñir, las rojas almas, de blanco.




V

Soy un pequeño mundo ingeniosamente hecho de elementos, y una vivacidad angélica; pero el negro pecado vendió a la noche eterna las dos partes de mi mundo, ay, y ambas partes deben morir. Tú, que más allá de los cielos hasta ayer más altos encontraste nuevos orbes, y de nuevas tierras puedes hablar, derrama nuevos mares en mis ojos, para que pueda así inundar mi mundo con mi tierno llanto, o lavarlo, si es que debe inundarse de nuevo. Mas, ay, debe arder; el fuego de la injuria y de la envidia lo abrasó hasta aquí, y lo hizo todavía más pestilente. Deja que esas llamas se retiren y abrásame, Señor, con tu ardiente celo y con el de tu casa, en la que al comer sanamos.




VI

Esta es la última escena de mi drama. Aquí fijan los cielos el último metro de mi peregrinaje; aquí tardíamente, aunque veloz fue su curso, da mi carrera su último paso, halla mi trecho su última porción, toca mi instante su último tris. Aquí la muerte devoradora disociará mi cuerpo y mi alma, y dormiré un rato; pero esa parte de mí en eterna vigilia verá aquel rostro que a mi sociedad toda ya estremece de pavor. Cuando el alma se haya volado a su primer morada, el cielo, y el cuerpo nacido del polvo torne al polvo, su casa, entonces mis pecados caerán (porque a todo se le hace justicia) a donde se criaron y quisieran arrastrarme, al infierno. Impútame lo justo, ya que así, limpio de mal, dejo el mundo, la carne, el diablo.




VII

Desde las imaginarias esquinas de la redonda tierra, sonad vuestras trompetas, ángeles, y alzáos, alzáos desde la muerte, vosotras, infinidades innumerables de almas, y regresad a vuestros esparcidos cuerpos, todos los que destruyó el Diluvio y el fuego destruirá, todos a los que la guerra, el hambre, la vejez, las pestes, las tiranías, la desesperación, la ley, la fortuna han exterminado, y vosotros, cuyos ojos verán a Dios, y nunca probasteis el desconsuelo de morir.
Más déjalos dormir, Señor, y a mí llorar un rato, pues si mis pecados son más abundantes que ellos, entonces, cuando estemos allí, será tarde ya para pedir la abundancia de tu gracias. Aquí, en este humilde suelo, enséñame a arrepentirme, pues esto sería como si hubieras sellado mi perdón con tu sangre.




VIII

Si las almas fieles son glorificadas igual que los ángeles, entonces el alma de mi padre ve, y ello se agrega a su completa felicidad, cuán valiente cruzo de un salto la ancha puerta del Hades. Pero si esas almas divisan a nuestros espíritus no inmediatamente sino por sus circunstancias y a través de signos evidentes en nosotros, ¿cómo probarán la blanca verdad de mi espíritu? Ellos ven al amante idólatra llorar y lamentarse, y al vil, blasfemo hechicero invocar el nombre de Jesús, y al fariseo hipócrita fingir devoción. Vuélvete pues, alma meditabunda, hacia Dios, porque él conoce tu verdadero pesar, puesto que él lo puso en mi pecho.




IX

Si los minerales venenosos y aquel árbol, cuyo fruto vistió de muerte nuestra inmortalidad, si el lascivo macho cabrío y la serpiente envidiosa no pueden ser condenados, ay, ¿por qué habría yo de serlo? ¿Por qué la intención o la razón, nacidas de mí, harían mis pecados, iguales a los otros, más abominables? Y si la misericordia es fácil y gloriosa para Dios, ¿por qué amenaza con su implacable cólera?
Pero ¿quién soy yo para atreverme a disputar contigo, oh Dios? Ah, de tu única, inapreciable sangre, y de mis lágrimas, haz un celestial Leteo y ahoga en él la negra memoria de mis pecados. Para que tú los recuerdes, y reclames alguno como deuda, pienso agradecerte si llegas a olvidarlos.




X

No te enorgullezcas, muerte, aunque te llamen poderosa y horrenda, porque no lo eres. Aquellos a los que creíste abatir, triste muerte, no murieron, ni a mí puedes matarme. Si del reposo y el sueño, meras imágenes tuyas, tanto placer proviene, de ti, entonces, mucho más debe venir. Los mejores de nosotros se van enseguida contigo –paz a sus huesos, a sus almas redención. Esclava del Hado, la Fortuna, los reyes, los desesperados, si con veneno, guerra, enfermedad, amapola, encantamiento se nos hace dormir tan bien, mejor que con tu golpe, ¿de qué te jactas? Tras un breve sueño, eternamente vamos a despertar, y ya no habrá más muerte. Tú, muerte, morirás.




XI

Escúpeme el rostro, judío, y atraviésame el costado; abofetéame, flagélame, escarnéceme, crucifícame, porque he pecado y vuelto a pecar, y sólo Él, que no pudo haber hecho mal, ha muerto. Pero mi muerte no puede satisfacer mis pecados, que superan la impiedad de los judíos. Ellos una vez mataron a un hombre sin gloria, pero yo lo crucifico a diario, aunque hoy sea glorioso.
Oh, déjame admirar entonces todavía su extraño amor. Los reyes perdonan, pero Él cargó con nuestro castigo. Y Jacob llegó vestido con viles, ásperas ropas, mas para suplantar a otro, y no sin provecho; pero Dios se vistió a sí mismo con la vil carne del hombre, para poder ser así lo suficientemente débil y sufrir su miseria.




XII

¿Por qué nos sirven todas las criaturas? ¿Por qué los pródigos elementos me proporcionan vida y alimento, siendo más puros que yo, simples, y ajenos a la corrupción? ¿Por qué toleras, caballo ignorante, tu sujeción? ¿Por qué lo haces tú, buey?, ¿por qué así cargado, vendados los ojos, simulas debilidad y mueres bajo el golpe del hombre, cuya especie entera podrías devorar, y alimentarte? Más débil soy yo, mía es la desdicha, y peor que la tuya, pues tú no has pecado, y no tienes que temer.
Pero un milagro más grande nos admira: no que a nosotros, naturalezas creadas, esas cosas se sometan; sino que su Creador, ni al pecado ni a la naturaleza atado, por nosotros, sus criaturas, enemigos suyos, haya muerto.




XIII

¿Y si fuese esta la última noche del mundo? Graba en mi corazón, alma mía, allí donde resides, la imagen de Cristo crucificado, y dí si ese semblante puede espantarte: las lágrimas de sus ojos extinguiendo la luz que azora, la sangre que de la cabeza se derrama agolpándose en las cejas. ¿Puede esa lengua, que suplicó el perdón para el escarnio de su feroz enemigo, adjudicarle el infierno? No, no. Pero así como en mi idolatría dije a todas mis profanas amantes que la belleza es sólo un signo de piedad y que la fealdad lo es del rigor, así te digo que a los malos espíritus horrendas formas se les asignan, y que esta bella imagen asegura una piadosa voluntad.




XIV

Abate mi corazón, Dios en tres personas; porque hasta ahora sólo llamas, suspiras, te luces e intentas remediarme. Para que pueda levantarme y tenerme en pie, derríbame; usa tu fuerza y quiébrame, astíllame, abrásame y hazme de nuevo. Yo, como una unidad usurpada, a otro debida, trabajo por admitirte, mas ¡ay! Inútilmente. La razón, tu virrey en mí, debería defenderme, pero está cautivada, y se muestra débil o desleal. Mas aunque te amo profundamente y quisiera que me amaras, estoy prometido a tu enemigo. Divórciame, desata o rompe otra vez ese lazo, ráptame, encadéname, porque si no me esclavizas nunca seré libre, ni casto, si no me violas.




XV

¿Amarás a Dios como él te ama? Asimila entonces, alma mía, esta sana meditación: Cómo el Espíritu, servido por los ángeles en el cielo, hace su Templo en tu pecho; el Padre, que ha engendrado un Hijo, el más bendito, y que aún lo engendra (para que jamás se vaya), se ha dignado elegirte a ti en adopción, coheredero de su gloria y del descanso infinito del Sabbath; e igual que un hombre al que han robado, que al buscar descubre que sus bienes fueron vendidos y debe perderlos o comprarlos de nuevo, el Hijo glorioso descendió hasta nosotros, a quienes había hecho y Satán robó, y por nosotros fue muerto, para salvarnos. Ya era mucho que el hombre fuese hecho como Dios en un principio; pero que Dios se haya hecho hombre, mucho más.




XVI

Padre, tu hijo me da una parte de su doble interés en tu reino; conserva su nudo en la trabada Trinidad y me da la victoria de su muerte. Este Cordero, cuya muerte bendijo con vida al mundo, fue muerto desde el principio del mundo, e hizo dos Testamentos, que con la Herencia suya y con tu reino a tus hijos invisten. Pero son tales las leyes, que los hombres todavía discuten si un hombre es capaz de cumplirlas. Nadie lo hace, pero la todo-curativa gracia y el espíritu vuelven a la vida lo que la ley y la letra matan. El resumen de tu ley, tu último mandamiento, es tan sólo amar. Deja que esta última voluntad perdure.




XVII

Desde que aquella a la que amaba pagó su última deuda con la Naturaleza y para su bien y el mío murió (ay, tan tempranamente al cielo arrebatada el alma), mi espíritu se ha fijado por entero en las cosas celestes. Aquí, el admirarla aguzó mi espíritu en la tarea de buscarte, Señor. Los caminos del agua enseñaron, pues, su manantial. Pero aunque te hallé y mi sed saciaste, una santa y sedienta hidropesía todavía me consume. Mas ¿por qué habría yo de implorar más amor si tú cortejas mi alma a favor de la de ella, para ofrecerle a ella todo el tuyo? No, no temas tan sólo que conceda mi amor a los Santos y a los Ángeles, cosas divinas. Sospecha también, en tu celo suave, que te eclipsen el Mundo, la Carne, el Diablo.




XVIII

Enséñame, amado Cristo, a tu Esposa, luminosa y clara. ¿Es acaso aquella que en la otra orilla va ricamente ataviada? ¿o la que robada y lacerada se lamenta y llora en Alemania y aquí? ¿Duerme mil años y un año vigila? ¿Es la verdad y yerra? ¿Nueva en un momento y al siguiente gastada? ¿Aparece, apareció y aparecerá siempre sobre una, siete, ninguna colina? ¿Habita entre nosotros, o como andantes caballeros soportaremos la afanosa búsqueda antes de ganar su amor? Descubre a nuestros ojos a tu esposa, gentil esposo, y deja que mi alma enamorada corteje a tu suave Paloma, ella, más virtuosa y fiel si muchos la abrazan y a muchos de abre.




XIX

Ay, para torturarme, los contrarios se unen: la inconstancia se ha convertido, antinaturalmente, en un hábito constante; aún cuando no quiera, cambio de votos y de devoción. Tan frívola es mi constricción como mi amor profano, y olvidada con igual presteza; tan misteriosamente destemplada, caliente y fría, como la oración, tan muda; incomparablemente infinita. No me atreví ayer a mirar el cielo, y hoy con súplicas y aduladores discursos cortejo a Dios; mañana verdaderamente temblaré de miedo de su castigo. Así, mis devotos impulsos vienen y se van, como fantásticos escalofríos; a menos que sean ésos mis mejores días aquí; ésos, en los que tiemblo de miedo.

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